Uno de mis objetivos es mostrar que muchas cosas que forman parte del paisaje -la gente piensa que son universales- no son sino el resultado de algunos cambios históricos muy precisos (…) mis análisis van en contra de la idea de necesidades universales en la existencia humana (…) [Busco mostrar] la arbitrariedad de las instituciones [y ver] cuál es el espacio de libertad del que todavía podemos disfrutar, y qué cambios pueden todavía realizarse.” Foucault.

Dentro de los principios básicos que corroboran la formación dialéctica del sujeto en un marco social no discorde de su yo histórico, se encuentra básicamente el poder entendido como Foucault lo define, es decir,  como instancia productora de subjetividad, es decir, como producto no de las “esencias” humanas sino más bien del conjunto de construcciones históricas y estrategias de  poder que el individuo recibe desde el mismo momento de su nacimiento. No es pues una perspectiva meramente sincrónica, sino que desde un punto de vista diacrónico, el sujeto está inmerso en una serie de “vínculos” formales con la otredad.

El problema surge cuando el sujeto se plantea la posibilidad de escapar de la maraña que se modula e interioriza dentro de su yo, con el fin de sustraerse de las inmediaciones socioculturales, históricas, políticas, morales y en fin involucradas con “el poder” como ente alienante.

Por otro lado, no debemos dejar de lado las precisiones que Lacan con anterioridad había adelantado sobre la subjetividad: el examen sobre el sujeto como “cogito”, las aporías éticas de la ley kantiana,  los impasses del “saber absoluto”, la enseñanza lacaniana sobre los diversos modos de la función “historizante” de la palabra, su crítica al biologismo, al desarrollo evolutivo, y al naturalismo como fuente básica del psicoanálisis. Añadamos sus referencias a la presencia de la locura en el cogito y el eros (la líbido y el poder) entre otros elementos.

Si atendemos a todos estos presupuestos y los llevamos a los procesos formativos de la subjetividad en la primera modernidad, podemos ir hasta el vértice de nuestra sociedad moderna y quizás entender cómo se originan y funcionan tales conceptos en uno y otro momento.

Atendiendo a los roles de los personajes de obras teatrales del Siglo de Oro español, tales como Fuenteovejuna, El médico de su honra, El alcalde de Zalamea y especialmente La estrella de Sevilla como contrapunto, lo que pretendemos hacer es analizar el honor, la honra y la situación social como elementos transcendentales en la formación de la subjetividad en torno al poder, el cuerpo y la génesis de los procesos cognitivos del yo dentro de una esfera más amplia de entendimiento, como es la primera modernidad.

Lo que se plantea pues en este trabajo es una revisión de dichas obras desde un punto de vista analítico en que se produzca un acercamiento a la formación del individuo moderno a través de los personajes y situaciones dadas en dichas obras. Desde los villanos hasta los caballeros, desde las damas hasta el rey, la dialéctica funciona siempre, o al menos en la mayoría de los casos como un proceso establecido de poder y honor que subyuga y subroga a los individuos.

La castración, represión, desterritorialización y rebeldía configuran una parte esencial del pensamiento y la ideología que encontramos entre las líneas de estas obras teatrales. 

Por último, trataremos de alumbrar el proceso de formación de las ideologías y cómo su implantación en la subjetividad se aferra a una predisposición del yo a la pertenencia social y personal de grupo.

  1. La formación de la subjetividad

¿Qué es la subjetividad? ¿Cómo se forma? Si conservamos el psicoanálisis sólo como referente crítico en sus construcciones y nos situamos en la perspectiva constructivista de los foucaultinaos, debemos entender que la formación del “yo” debe de estar íntimamente relacionado con determinados aspectos “mutables” o movibles. Es decir, si el “esencialismo” nos apunta la idea de la naturaleza humana como inmutable y sin historia, tal y como Freud la describiese dentro de sus análisis psicoanalíticos, debemos entender que los modos que a priori interfieren en la formación del yo, no pueden ser mutables en ningún aspecto, es decir, lo que uno es y no puede dejar de ser. 

Por otro lado, Foucault intenta construir experiencias nuevas subjetivas que presupongan y constituyan “invenciones de sí mismo”,  o lo que es lo mismo, que permitan al sujeto la movilidad dentro de su “yo interno y externo”. 

“No hay esencias humanas, sino que todas son el resultado de las construcciones históricas y estratégicas de poder”, dice Foucault. Para él pues, la capacidad que el sujeto tiene inherente de mutar, de rebelarse, de criticar su propia existencia, están condicionadas por un ente superior de control que reconocemos como “poder” y que forma parte de todos nosotros. 

Freud ya había establecido una serie de conceptos esenciales en torno al sujeto y su formación como individuo tales como la familia, el orden, la ley, el juez, la autoridad y el castigo. Según estos parámetros, cada uno de nosotros se define por una serie de circunstancias a posteriori que se nos dan en nuestro entorno al nacer y crecer. La castración, el complejo de Edipo, la imagen del “yo” en la infancia, son elementos que configuran las teorías freudianas y lacanianas respecto al sujeto.

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